jueves, 19 de enero de 2012

El sótano del primo Barto: el mutante feliz

Terminamos este pequeño repaso a la Nueva Carne con una visita a oriente, el lugar donde ha día de hoy dicho movimiento continúa produciendo grandes obras, no habiendo caído un poco de lado como ha pasado en occidente. Comenzamos este tríptico con la definición del concepto de Nueva Carne, para pasar a reflexionar muy por encima de Agujero Negro, la obra cumbre de Charles Burns, uno de los monolitos inamovibles de la Nueva Carne; y ahora terminaremos con El niño Gusano, obra del japonés Hideshi Hino, considerado uno de los principales maestros del manga de terror actual.

El niño gusano no es una obra redonda y canóniga, más bien es una pequeña joya a tener muy en cuenta por todo lo que encierra en una carcasa aparentemente pequeña y simple. Hideshi Hino es capaz de hilvanar de forma perfecta hasta mezclar la Nueva Carne y el Neofantástico sin que se note la puntada. Cuando hace un par de semanas hablábamos de la concepción de la Nueva Carne como el horror a través del cuerpo, bien podríamos haberlo relacionado con el Neofantástico, una producción artística del periodo de entre guerras del siglo XX, cuyo mayor representante era Kafka. El punto de unión entre el Neofantástico y la Nueva Carne es el origen propio del terror, el propio individuo, aunque bien, la Nueva Carne colocaba la tilde en el cuerpo humano y el Neofantástico en el propio concepto de ser humano. Así por ejemplo, podemos acudir a la obra cumbre del Neofantástico, La metamorfosis de Kafka, una obra donde la angustia se construye a través de un hombre convertido en insecto, quien es incapaz de comprender que ha pasado y cuyo mayor terror es no saber ya quién es, si no qué es. Hideshi Hino parte de este relato, cumbre de la literatura mundial, y lo lleva más allá, superando la reflexión metafísica del transformado y colocándole ante la evidencia de que no es que no sea, sino que es otra cosa diferente porque su cuerpo ha cambiado.

Mientras Gregorio Samsa ve como su identidad se diluye, el pequeño Sampei Hinomoto debe aceptar y comprender su cuerpo mutado. La obra de Hideshi Hino ya se desmarca de Kafka cuando permite al relato crecer por delante y detrás, ya que antes de la propia mutación conocemos algo de la vida de Sampei. El protagonista de El niño gusano es un chaval normal, no muy diestro en los estudios pero con buena mano con los animales, algo no muy apreciado por sus padres, que no paran de criticarle y compararle con sus otros dos hermanos, modelos de la ejemplaridad japonesa. La mala situación de Sampei empeora cuando un día encuentra entre su propio vómito a un extraño insecto que le pica. En este momento empieza el horror para el niño, que sufrirá una extraña mutación. Esta es sin duda una de las mejores partes del manga de Hideshi Hino, ya que el proceso de transformación no es momentáneo ni limpio, el cuerpo de Sampei se ve totalmente alterado de una forma claramente traumática y dolorosa. Este es uno de los grandes temas de la Nueva Carne, ya que el cuerpo es seguridad y todo cambio es doloroso y misterioso, aunque otros autores han preferido darle la vuelta y presentar el cambio corporal como liberación física, aunque como hemos dicho este no es el caso de Hideshi Hino.

Tras la brutal transformación, que deja a Sampei convertido en un gusano, el relato se expande con las consecuencias del cambio, mostrando a un protagonista que huye del hogar y que tras pasar un tiempo escondido inicia una brutal venganza contra los seres humanos, aquellos que le maltrataron cuando era un igual. En ese momento, la obra cambia el horror, pues la víctima que ha sufrido se convierte en el verdugo. Sin duda, la obra de Hideshi Hino es una buena forma de entrar en los terrenos de la Nueva Carne, una producción medianamente light desde la que disfrutar de las reflexiones que oriente ha hecho sobre nuestro propio cuerpo, quien no deja muchas veces de ser nuestro aliado pero también nuestro peor enemigo.

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