jueves, 24 de mayo de 2012

El sótano del primo Barto: Deja la luz encendida

En El horror sobrenatural en la literatura, Lovecraft llega a la conclusión de que toda obra de terror se basa en el miedo a lo desconocido, a lo que no podemos comprender. En un estudio más reciente, Filosofía del terror o paradojas del corazón, de Noël Carroll, se presenta el horror como una mezcla entre miedo y repulsión, algo que no representa solo un peligro para nuestra integridad física, sino también un auténtico reto para nuestra cordura o templanza. Ambos autores coinciden en un principio básico a la hora de definir el horror, y es que siempre va más allá, afectándonos tanto al corazón como a nuestro cerebro.

El ejemplo más clásico es el presentado por Lovecraft en su estudio, la oscuridad que se extiende más allá de las luces de la civilización. Pensemos en un paseo nocturno por un frondoso bosque, en la más oscura de las noches sin luna y sin nada que nos alumbre. Posiblemente comencemos nuestro camino sin problemas, somos personas racionales y sabemos que no nos puede pasar nada, es más, estamos en una zona donde ni siquiera hay lobos u osos, no existe ninguna criatura que pueda causarnos el más mínimo daño. Así que andamos tranquilamente, pero al poco escuchamos el crujir de una rama a una distancia indeterminada, puede que proviniera de nuestra espalda o de algún lugar a nuestra izquierda.  No pasa nada, será un conejo o una ardilla, aunque sea un ciervo o un zorro tampoco nos va a hacer nada, seguro que tiene más miedo él de nosotros que nosotros de él. Sí, seguro. A partir de ese momento andamos más rápido, nuestro pulso ha aumentado y nuestra respiración es más honda. Al final llegamos a nuestro destino, nos protegemos bajo el halo protector de una chimenea o una simple bombilla y nos reímos de lo tonto que hemos sido.

No podemos ni explicar que nos asustaba, no podríamos por mucho que nos esforzáramos, pero sin duda había algo en el bosque, algo, que nos ponía intranquilos y nos hacía dudar de todo. Esa sensación es el horror. Todo autor que se embarque en el género de terror más puro aspira simplemente a provocar dicha reacción en su receptor, ni más ni menos. Después, existen millones de formas de desarrollar ese planteamiento, desde el videojuego Alan Wake, escrito por Sam Lake, hasta la novela La chica que amaba a Tom Gordon, de Stephen King, todo círculos sobre el mismo concepto. Evidentemente, este concepto se puede estirar y da cabida a casi cualquier obra que podamos haber comentado en este lúgubre rincón, toda que buscara de forma más pura el terror, así por ejemplo obras como Elizabeth Bathory, la condesa sangrientaAgujero negro o Solo, por solo citar tres, son cómics con un alto contenido de terror pero cuyo valor no se encuentra meramente en el miedo a que al protagonista – o nosotros proyectados en él – sufra el más mínimo daño, sino que hay algo más que escapa a toda lógica, algo que obliga al que padece esa locura terrorífica a pararse y gritar al cielo que no es justo, ya la perversión de la sangre, las mutaciones imposibles o un reinado de los muertos.

Cuando hablemos de terror jamás debemos olvidar ese pequeño detalle que configura todo el género con una entidad propia desde el punto de vista del consumidor. Siempre hay algo más, en los bosques habitan más que ardillas, en las alcantarillas puedes encontrar algo más que ratas y los cementerios no son ningún lugar de reposo. ¿Qué sería de nosotros sin los hombres lobo, los cocodrilos albinos y los necrófagos?

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