jueves, 4 de octubre de 2012

El sótano del primo Barto: Donde los monstruos luchan a muerte

Los monstruos son una pieza clave del género de horror, ya sean estos seres mitológicos, mutantes cibernéticos o asesinos psicópatas armados con un martillo. Es difícil imaginar una buena historia de terror sin un mal puro encarnado en la piel de un adversario virtualmente invencible. La importancia del monstruo es tal que incluso algunos son capaces de sobrepasar a los héroes y convertirse en las estrellas de la historia. Encontramos numerosos ejemplos de este caso en diversas sagas, como pueden por ejemplo Hellraiser o Pesadilla en Elm Street; universos de pesadilla recreados en el cine y el cómic donde el monstruo, ya sea este Pinhead y su ejercito de cenobitas o Freddy Krueger, se convierten en los auténticos hilos conductores de una cronología de caos y destrucción.

No es la primera vez que hablamos aquí de la fascinación por el monstruo, aunque es cierto que deberíamos remarcar que muchas veces esta devoción por la criatura se queda más en una seducción por las formas que por el propio contenido. No podemos negar que tras los cenobitas o Freddy Krueger existe una cierta cosmología, aunque también resulta evidente que la misma está simplemente puesta al servicio de provocar más muertes, hasta el punto de que no existe ningún problema a la hora de saltarse las normas planteadas si en algún momento se interponen con la próxima muerte espectacular. El monstruo no es más que una excusa estética para diferenciar las muertes entre diversos universos, ya sean estas mediante cuchillos, cadenas, rayos láser o babas ácidas.

Todo lo expuesto anteriormente puede parecer un problema, incluso una limitación dentro del uso de monstruos en el género de horror. Sin embargo esto no es para nada así. Aunque es cierto que muchos autores se empeñan simplemente en crear un nuevo monstruo, con el que repetir las mismas historias lineales en las que las víctimas van cayendo como moscas, de vez en cuando nos encontramos con alguna historia que coge lo que siempre había estado allí y le da la vuelta sin que aparentemente cambie demasiado. Prueba de ello es Pudridero un cómic en el cual Jhonny Ryan demuestra que unos monstruos reventándose entre ellos puede ser al mismo tiempo la burrada más divertida y una reflexión sobre el propio monstruo, e incluso la narrativa gráfica.

Pudridero parte de una idea sencilla y clásica, un peligroso criminal es encerrado en un planeta prisión, lugar en el que tendrá que luchar con infinidad de presos monstruosos para defender su vida. En Pudridero, al menos en los dos primeros tomos recopilados en la edición española, Johnny Ryan no explica demasiado sobre el universo en el que habitan sus personajes, más bien se limita a batirlos en duelo, desfigurándoles y mutándoles si hace falta, hasta que todos terminen cubiertos de sangre, heces y semen, y al menos alguno de ellos muerto. Todo esto en una progresión totalmente lineal en la que nuestro protagonista sobrevive a duras penas cada combate solo para descubrir que tras el próximo paso se encuentra un enemigo mucho peor.

La obra está muy alejada de la producción clásica de Johnny Ryan con sus chistes de sal gorda donde nada es sagrado, un trabajo que cuenta tanto con defensores radicales como con personas que llenan sus tardes enviando amenazas de muerte al bueno de Ryan. Pocos se podían esperar una obra como Pudridero, un viaje al pasado, al dibujo preadolescente de pollas y músculos gigantes, donde además asistimos a un trabajo lleno de mimo y un excelso planteamiento de la narrativa interna del cómic. Pudridero de Johnny Ryan es una obra llena de terror desnudo, el canto de un niño de doce años que odia al mundo y quiere destruirlo al mismo tiempo que lo profana.


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