jueves, 8 de noviembre de 2012

El sótano del primo Barto: El líquido, frío y oscuro elemento


El manga no es un elemento para nada externo a esta columna, puede incluso que si nos ponemos a contar las obras comentadas aquí por nacionalidades, Japón sea el país sobre el que más hemos colocado el foco. Aunque evidentemente no es una situación demasiado extraña, no solo por la enorme cantidad de producción de cómic que se realiza en el país del sol naciente, siendo también importante el porcentaje de la misma que llega a nuestras fronteras; sino también por la abundancia de obras de calidad producidas dentro del manga, tanto por autores extraordinarios, algunos de los cuales ya han pasado por aquí, y esperemos que vuelvan, como Shintaro Kago, Hideshi Hino o Suehiro Maruo; como por las obras puntuales o de género que despuntan entre un maremágnum de mangas donde, desgraciadamente, tampoco son ajenas las obras de baja calidad ideadas para un consumo rápido y un olvido aún más veloz.

Sin embargo, cuando miramos hacia atrás se pueden apreciar desde obras únicas personales hasta tomos más genéricos que utilizan el terror mezclado con otro género, como la aventura, o dentro de un apartado del horror muy concreto, como por ejemplo son los mangas de monstruos. Así, no nos hemos parado a reflexionar sobre ningún cómic que toque directamente el que a principios de siglo pasó a llamarse nuevo cine de terror japonés, o nuevo cine de terror asiático cuando se unieron autores chinos, coreano o tailandeses entre otros. Aunque denominemos esta tendencia como nuevo y cine, no era para nada ni un movimiento novedoso ni se cerraba exclusivamente al campo de la cinematografía. Simplemente, nos encontrábamos con que occidente se interesaba por un tipo de sensibilidad, que a pesar de pertenecer al folklore del oriente asiático, aquí nunca se había llegado a trabajar, o siquiera a plantear.

Sin duda, el cabeza de cartel de esta sola fue la película Ring, estrenada el año 1995 y basada en una novela de Koji Suzuki escrita en 1995, al que seguiría toda una saga y otras obras parecidas como Dark Water. El universo de Koki Suzuki, que puede parecer rompedor en nuestra parte del planeta, no hace más que recoger la tradición sintoista japonesa en la que todo objeto tiene una entidad espiritual y puede ser afectado por cualquier hecho que le suceda. En cierto sentido, sería la tradición gótica de las casas encantadas pero llevada al extremo, donde una cinta de vídeo se convierte en el vehículo de una maldición o toda la bahía de Tokio se ve afectada por las toneladas de basura y los cadáveres que se agolpan entre sus corrientes.

En su origen, Dark Water fue una antología de relatos de horror que giraban en torno al agua, principalmente la ya mencionada bahía de Tokio, aunque posteriormente se seleccionó uno de dichos cuentos para recibir una adaptación cinematográfica (la cual no tardaría en contar con su consabido remake). Pero estos relatos de muerte y agua volverían a tener una nueva vida en el manga, donde esta vez se seleccionarían cuatro para ser ilustrados por el artista Meimu en una antología del horror acuático. Desgraciadamente, la novela original de Koji Suzuki no se ha traducido a nuestro idioma, por lo que solo podemos comparar la película y el manga, obras que a pesar de sus diferencias, tanto las obligatorias por el medio como las licencias del autor para trasformar sus propias narraciones, sirven para definir aún mejor un género de horror más espiritual que físico, donde el mal no responde a una dualidad maniquea, sino a un intento de búsqueda de paz o lógica interna.

Quizás esta sea el mayor atractivo del horror japonés, un foco de interés tan grande que consigue que sus consumidores occidentales pasen por alto las enormes diferencias culturales, casi antropológicas. En obras como Dark Water vemos un mal, por llamarlo de alguna forma, que ataca a sus víctimas no como una fuerza primigenia hambrienta de caos y sangre, más bien vemos otra fuerza con los mismos impulsos que los hombres, desde el amor o la venganza, que simplemente juega con unas reglas que chocan con las nuestras propias.


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