El manga no es un elemento para nada
externo a esta columna, puede incluso que si nos ponemos a contar las
obras comentadas aquí por nacionalidades, Japón sea el país sobre
el que más hemos colocado el foco. Aunque evidentemente no es una
situación demasiado extraña, no solo por la enorme cantidad de
producción de cómic que se realiza en el país del sol naciente,
siendo también importante el porcentaje de la misma que llega a
nuestras fronteras; sino también por la abundancia de obras de
calidad producidas dentro del manga, tanto por autores
extraordinarios, algunos de los cuales ya han pasado por aquí, y
esperemos que vuelvan, como Shintaro Kago, Hideshi Hino o Suehiro Maruo; como por las obras puntuales o de género que despuntan entre
un maremágnum de mangas donde, desgraciadamente, tampoco son ajenas
las obras de baja calidad ideadas para un consumo rápido y un olvido
aún más veloz.
Sin embargo, cuando miramos hacia atrás
se pueden apreciar desde obras únicas personales hasta tomos más
genéricos que utilizan el terror mezclado con otro género, como la
aventura, o dentro de un apartado del horror muy concreto, como por
ejemplo son los mangas de monstruos. Así, no nos hemos parado a
reflexionar sobre ningún cómic que toque directamente el que a
principios de siglo pasó a llamarse nuevo cine de terror japonés, o
nuevo cine de terror asiático cuando se unieron autores chinos,
coreano o tailandeses entre otros. Aunque denominemos esta tendencia
como nuevo y cine, no era para nada ni un movimiento novedoso ni se
cerraba exclusivamente al campo de la cinematografía. Simplemente,
nos encontrábamos con que occidente se interesaba por un tipo de
sensibilidad, que a pesar de pertenecer al folklore del oriente
asiático, aquí nunca se había llegado a trabajar, o siquiera a
plantear.
Sin duda, el cabeza de cartel de esta
sola fue la película Ring,
estrenada el año 1995 y basada en una novela de Koji Suzuki escrita
en 1995, al que seguiría toda una saga y otras obras parecidas como
Dark Water. El
universo de Koki Suzuki, que puede parecer rompedor en nuestra parte
del planeta, no hace más que recoger la tradición sintoista
japonesa en la que todo objeto tiene una entidad espiritual y puede
ser afectado por cualquier hecho que le suceda. En cierto sentido,
sería la tradición gótica de las casas encantadas pero llevada al
extremo, donde una cinta de vídeo se convierte en el vehículo de
una maldición o toda la bahía de Tokio se ve afectada por las
toneladas de basura y los cadáveres que se agolpan entre sus
corrientes.
En su
origen, Dark Water fue
una antología de relatos de horror que giraban en torno al agua,
principalmente la ya mencionada bahía de Tokio, aunque
posteriormente se seleccionó uno de dichos cuentos para recibir una
adaptación cinematográfica (la cual no tardaría en contar con su
consabido remake). Pero estos relatos de muerte y agua volverían a
tener una nueva vida en el manga, donde esta vez se seleccionarían
cuatro para ser ilustrados por el artista Meimu en una antología del
horror acuático. Desgraciadamente, la novela original de Koji Suzuki
no se ha traducido a nuestro idioma, por lo que solo podemos comparar
la película y el manga, obras que a pesar de sus diferencias, tanto
las obligatorias por el medio como las licencias del autor para
trasformar sus propias narraciones, sirven para definir aún mejor un
género de horror más espiritual que físico, donde el mal no
responde a una dualidad maniquea, sino a un intento de búsqueda de
paz o lógica interna.
Quizás
esta sea el mayor atractivo del horror japonés, un foco de interés
tan grande que consigue que sus consumidores occidentales pasen por
alto las enormes diferencias culturales, casi antropológicas. En
obras como Dark Water
vemos un mal, por llamarlo de alguna forma, que ataca a sus víctimas
no como una fuerza primigenia hambrienta de caos y sangre, más bien
vemos otra fuerza con los mismos impulsos que los hombres, desde el
amor o la venganza, que simplemente juega con unas reglas que chocan
con las nuestras propias.
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