jueves, 15 de noviembre de 2012

El sótano del primo Barto: La incomunicación y la imposibilidad de la felicidad


Si me gusta el género, creo que esto es algo que ya habré dicho por aquí alguna que otra vez, es porque aunque su intención primaria y básica sea siempre el puro entretenimiento, suele ser en sus obras donde se encuentran las reflexiones más claras y profundas sobre el género humano, muchas veces sin que exista una intención directa sobre dicho discurso. Por un lado encontramos obras que se valen del género para expresar sus ideas sobre el mundo actual bajo el abrigo de la fábula, mientras que en frente tenemos la reflexión que crece en los márgenes, fruto de un proceso tan sencillo como que el horror tiene lugar entre personajes que son más complejos que simples víctimas y verdugos. El primer caso es sencillo, lo encontramos en obras de zombies que nos hablan claramente de la derrota moral de nuestra sociedad, o en obras de vampiros que no tratan de otra cosa que la sexualidad reprimida. Siempre me ha gustado pensar que en el horror y la ciencia-ficción se encuentran los mejores manuales de psicología y sociología para entender al hombre y su tiempo.

Pero claro, la vida no tiene más remedio que abrirse camino, le guste al autor o no, así que si su intención no es crear una obra cerrada y hermética, los personajes y las tramas terminarán viéndose afectados por la enfermedad de la humanidad. Tenemos un perfecto ejemplo de este hecho en el cómic LanternJack, del alemán Martin Frei. En el cómic, Martin Frei realiza una adaptación libre del mito irlandés de Jack O' Lantern, un hombre codicioso que consiguió engañar al diablo solo para que después de morir su alma no fuera aceptada ni en el cielo ni en el infierno. Tras su muerte, Jack O' Lantern talló un nabo, su alimento favorito, como una linterna y colocó en su interior un trozo de fuego que le lanzó el demonio. Posteriormente, las linternas de vegetales se hicieron populares en Irlanda y Gran Bretaña, al mismo tiempo que se relacionaba con Halloween. Posteriormente, la tradición pasó a Estados Unidos, donde debido a la carencia de nabos y la superproducción de calabazas se convirtió en un icono mundial relacionado con esa festividad tan relacionada con el mundo de los muertos.

En LanternJack, Martin Frei realiza una reescritura del mito añadiendo por un lado aspectos del folklore gaélico y germánico, que se mezclan con el cristianismo; y por otro haciendo más compleja la génesis del propio Jack, así como los motivos que le llevan a retar al diablo y a conseguir su nueva vida como espectro asusta niños. Y es precisamente en este enriquecimiento de Jack y su entorno donde la obra de Martin Frei defiende, quizás sin saberlo, la incomunicación con una posible fuente tanto de la frustración como del propio mal. Jack no es un personaje que de entrada se perciba como maligno, ya que más bien se podría explicar su evolución como una evolución desde un bruto de buen corazón hasta un hombre cabreado con el mundo que no sabe muy bien que quiere o necesita. En muchos momentos Jack nos puede recordar a Ash, el protagonista de la saga Evil Dead, pero lo cierto es que aunque el protagonista de LanterJack comparte con Ash esa chulería tan característica, a la hora de la verdad Jack es un personaje mucho más débil en el sentido de que el origen de su bravuconearía se sustenta sobre la soledad y la incomunicación.

Pero no nos engañemos, LanternJack no es una obra sobre personajes que se miran en silencio incapaces de hablar entre ellos. Martin Frei desarrolla toda una historia de aventuras y terror con numerosos toques de humor, quizás demasiada compleja y con un alto número de elementos para su número de páginas, algo que a veces hace avanzar a la historia demasiado rápido. En todo caso, lanternJack es una lectura agradable para cualquier fan del género, ya después es tarea de cada cual querer sacar lecturas más allá del puro entretenimiento, que haberlas, las hay.


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