jueves, 31 de enero de 2013

El sótano del primo Barto: Chicas y mutantes


Se podría decir que el universo está gobernado por dos fuerzas contrapuestas que se enfrentan en una batalla eterna de iguales en la que ninguna puede ganar, simplemente se contentan con herir a su contrario, infligiendo un daño igual al recibido. Evidentemente, estas dos fuerzas, como cualquiera puede suponer son dos tendencias sin conciencia propia, dos meras máximas que coexisten a pesar de negarse la una a la otra. No hablamos de otra cosa que la muerte y la vida, la creación y la destrucción, el orden y el caos. Como seres humanos, somos protagonistas de las dos opciones, ya que creamos tanto como destruimos, aunque nos gustaría pensar que no somos tan adeptos a la destrucción.

En ese sentido, aunque el arte, como casi cualquier actividad humana, se ha centrado en la creación, no podemos dejar de lado la fascinación que provocan conceptos totalmente ligados con su contrapunto, como son la muerte o la violencia, que alcanzó su máximo exponente durante el futurismo, una escuela artística dentro de las vanguardias que ante todo rendía tributo al movimiento y la acción, sin importar el coste del proceso. Si acercamos el enfrentamiento al mundo del cómic, especialmente a un tebeo más adulto y con inquietudes refinadas, no es difícil encontrar esta dicotomía, presentada muchas veces de la forma más evidente, creando universos donde sólo encontramos la belleza y el horror como un sistema binario, sin grises intermedios.

Un ejemplo de esta práctica se puede hallar sin problemas en la serie Druuma, obra del autor italiano Paolo Eleuteri Serpieri, que a lo largo de ocho volúmenes nos describe un mundo lleno de horror que se desmorona irreversiblemente mientras un poco de belleza trata de sobrevivir a duras, un objetivo que se ve aparentemente abocado al fracaso. Sin querer desvelar demasiado de la trama, en la obra de Paolo Eleuteri Serpieri nos encontramos a Druuna, una joven hermosa que intenta subsistir en un mundo post-apocalíptico, un universo en el que las pocas fuerzas de orden que existen es una fuerza policial fascista a las ordenes de una extraña orden religiosa. Por si esto fuera poco, por debajo de la población subyugada existe una estirpe de mutantes, humanos afectados por una extraña enfermedad, que varían desde hombres con malformaciones hasta criaturas amorfas con hambre humana.

Los guiones de Paolo Eleuteri Serpieri en Druuna funcionan bastante bien, usando bastante lugares comunes dentro de la ciencia-ficción y la fantasía a su favor, con un añadido erótico que diferencia la obra y le da un matiz propio. Pues aunque las peripecias que vive Druuna son interesantes por si mismas, el verdadero interés lo encontramos en el fondo del cómic, con un guión y un dibujo puesto al servicio continuo de la plasmación de una idea, el intento de corrupción de la belleza incorruptible. Druuna es ante todo el prototipo de feminidad, una mujer atractiva, la cual puede servir tanto de damisela en apuro como de aguerrida heroína. Pero frente a ella hay un mundo sucio y terrorífico donde no se salva ningún aspecto, desde la propia geografía y arquitectura hasta sus habitantes, los ya mencionados mutantes y los soldados autoritarios.

Ante este panorama, Druuna no tiene más posibilidad que fracasar, siendo continuamente atrapada entre fuerzas destructivas, las cuales no dudan en usarla desde moneda de cambio hasta juguete de usar y tirar. Pero afortunadamente, Druuna, como metáfora de la belleza, la creación, siempre consigue escapar de la destrucción fatal. Es cierto que la belleza que crea Paolo Eleuteri Serpieri sufre, como demuestran las violaciones que sufre la pobre Druuna, pero no es menos verdad que aunque la heroína sea continuamente atacada y herida, nunca es derrotada o destruida totalmente.


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