El terror es un género
curioso, tan antiguo como el propio ser humano y tan eficaz como la
mejor de las mentiras. Ya lo hemos comentado aquí más de una vez,
ni todos los avances técnicos y científicos de la historia podrán
quitar ese halo de desconocimiento a la oscuridad, a lo que se
esconde allá entre los pinos o en el sótano de una iglesia
abandonada. Aunque del mismo modo, todo ese horror se elimina
rápidamente encendiendo una cerilla o alumbrando con una cerilla,
pues la luz es una fuerza tan purificadora como eficaz. Debido a este
funcionamiento del propio miedo, su transformación en género
narrativo adolece de la misma vulnerabilidad, la claridad.
Lógicamente, en una obra
de ficción no existen la luz y la oscuridad del mismo modo que en
nuestro mundo real. Si una viñeta está oscura, con una presencia
entre las sombras, no podremos iluminarla, quedando a disposición
del autor, con lo que somos esclavos del creador de la ficción,
quien elige cuando alumbrarnos y cuando escurecernos. Pero los
fotones no son la única fuente de luz, ya que en la ficción el
horror tiene un enemigo más poderoso que la luz, el cual no es otro
que la información. Escribir obras de terror no es sencillo, es un
juego de malabares en el que además de tener una obra bien
estructurada y con personajes interesantes, se debe administrar con
suma precisión la información, pues se debe atraer al espectador
con promesas y asustarlo con medias verdades.
Debido a esto, el horror
no aguanta demasiado bien las estructuras demasiado largas, pues su
delicado andamiaje se resiente demasiado con el paso del tiempo, lo
que obliga a su creador a caer en una continúa repetición de
diferentes sustos que no añaden nada a la obra, algo que como todo
termina cansándose. Esto quizás podría solucionarse con nueva
información que derive en nuevos misterios, pero esto raramente
funciona. La mayoría de las obras de ficción que tratan de
expandirse más allá de un corpus pequeño terminan inevitablemente
derivando hacia otro género, normalmente hacia la aventura, aunque
se han dado casos de giros hacia la comedia y hasta hacia el
romanticismo. Esto se debe a que una vez que la luz ha bañado al
monstruo, a la amenaza, se pierde todo el halo místico y divino que
hacía realmente horrible a la criatura, pues una vez que se la
conoce no deja de ser simplemente peligrosa, al igual que lo es un
oso polar o un tiburón blanco.
En este sentido, es
lógico que la mayoría de las obras que han triunfado en el mundo
del horror lo hayan hecho recurriendo a textos medianamente cortos,
funcionando perfectamente el cuento de terror. Claro está que esto
no es más que una generalización, aunque también es cierto que es
una que se suele cumplir con bastante regularidad. Debido a esto, las
próximas semanas las dedicaremos a uno de los campos donde mejor ha
funcionado el horror en el cómic, la antología, hasta el punto de
que son muchos los que instantáneamente piensan en cabeceras como
Tales from the Crypt o
Creepy, mucho antes de
pararse a pensar en obras o autores concretos. Así que intentad no
permanecer demasiado lejos próximamente, donde nos deleitaremos con
las mejores cápsulas de horror, auténticos canapés del infierno.
Antología del terror
1. Introducción: Pequeñas cápsulas de horror
2. Tales from the Crypt: El antepasado convertido en mito
3. Creepy: El terror más clásico y familiar
4. Flinch: All Star de viñetas
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