sábado, 23 de febrero de 2013

Spain is Pain #90: El pasado como ficción.


La memoria es una función cerebral que a pesar de lo cognitivo de su proceso es, ha sido y será motivo y tema de las artes creativas. Sobre todo en lo referente a su vertiente más nostálgica: el pasado. Sin embargo, la memoria del ser humano no es ni lineal ni fotográfica; el hombre, como especie, sesga sus recuerdos en función de las sensaciones y los sentimientos experimentados en el momento de la vida que trata, o intenta, evocar. Aunque muchas veces ese sesgo transforma el pasado de cada uno de nosotros, traicionándonos llegando al punto de padecer el síndrome del falso recuerdo, por el cual a pesar de tener muchos recuerdos de un momento determinado de nuestra vida pueden ser todos falsos o poco relacionados con la realidad.

En esas lides nos encontramos con la descripción y revisión de una infancia anodina en La torre blanca (Edicions de ponent, 2010-2ª edición) de Pablo Auladell un texto que se refiere en dos tiempos a un personaje que vuelve al lugar donde pasaba las vacaciones cuando era pequeño. Pasado y presente se conjugan para elaborar un relato en el que la única verdad se dibuja en blanco y negro y el color sire para desdibujar un pasado no tan cierto como lo pudiera parecer en un primer momento.
La torre blanca que da título a esta obra es a la vez un lugar físico y figurado. Un espacio que identifica un pasado figurado basado en un recuerdo deseado pero leve en el que el protagonista es incapaz de abrazar sus anhelos amorosos. Lo físico del edificio dibuja una certeza, la de un presente basado en un pretérito “hackeado” en el que ese viajero del pasado no deja de buscar las referencias en el presente en una infancia remota que se desvanece en la misma búsqueda de esta.

Este viaje al pasado tratado en el apartado estético-narrativo a través de una bipolaridad en el tratamiento del dibujo y el color. Si la infancia es recordada como un espacio-tiempo en el que los adultos desaparecen y en el que todo parece ser diversión, o eso parece, la soledad del personaje se ve tamizada por el uso del color, adormeciendo así la soledad que este sufría cuando era pequeño. En cambio el presente se significa a través de la ausencia de eso que suele caracterizar lo jovial de los veranos: el color. Sin color queda el blanco y negro y los matices de gris que implican una búsqueda vacua, y dura en el que la certeza viene dada por un unicornio imaginario que es el único que cuestiona el pasado del protagonista. El blanco y negro dibuja un espacio sin niños en el que la torre blanca que aparece como casi deshabitada, recoge en realidad el espacio de la memoria del niño-adulto incapaz de ver la realidad que le rodea.
La torre blanca de Pablo Auladell es una obra de obligada revisión, un ejemplo de la utilización del color y de la narración fragmentada en pos de un relato que apuesta por la no-nostalgia como punto fuerte y en la que el autor combina diferentes técnicas de dibujo en la elaboración de un relato que busca describir a través de la sinestesia de los lugares del pasado.

                                                                                                                                          @Mr_Miquelpg

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