jueves, 7 de marzo de 2013

El sótano del primo Barto: El muerto que no descansa


Nadie dudará que en esta humilde columna hay una serie de temas que se repiten de forma incesante, los cuales repiquetean como una vieja campana, oxidada, atonal y con algún que otro agujero, algunos dirían que incluso con una soga gastada apunto de romperse, pero que contra todo pronóstico resiste impertérrita el paso del tiempo y el ataque de los elementos. Es evidente que el tema sobre el que todo gira es el propio horror, el miedo devenido en espectáculo. Pero una vez que hemos definido nuestro continente de exploración, el terreno a recorrer presenta las mismas opciones y divergencias que puede encontrar cualquier científico. A veces hablamos del terror mismo, de su funcionamiento o engranajes; mientras que otras veces nos centramos en alguna obra o tendencia temática. Las opciones son casi infinitas, nos podemos asustar de mil y una formas.

Después hay otros temas que caen poco a poco, conformando su propia nación, sin prisas, alejados de cualquier variación de la guerra relámpago. Este fenómeno se presta a palabras grandilocuentes, como pueden ser el término legado. Esto puede sonar pomposo, pero hay autores y obras que se derriten hasta crear un universo propio. Quizás el más famoso, el que más veces hemos tocado aquí, sea el universo lovecraftiano, ese cosmos creado por Howard Philips Lovecraft y que tomó nombre como Los mitos de Cthulhu. Aquí se han tratado ya varias obras, de muy diversos autores, que se han valido del horror cósmico de los mitos, pero hoy nos vamos a parar en otra faceta de Lovecraft que se aleja un poco de los dioses primogénitos, pero que no merece menos atención. En su tratado del horror, el autor Noël Carroll defiende la figura del científico loco como una forma diferente de estructurar el terror, presentando la dicotomía entre científico y experimento frente a la estructura clásica de la obra de terror definida por el monstruo, la criatura. Este apéndice del terror fue tratado por Lovecraft, creando a la figura del Doctor Herbest West, un antiguo estudiante de la Universidad de Miskatonic obsesionado con vencer a la muerte, demostrando que era un proceso totalmente reversible.

Sin embargo, la percepción popular de la figura del Dr. West se vio alterada por su incursión cinematográfica, principalmente por la trilogía protagonizada por Jeffrey Combs, conformada por Re-Animator, La novia de Re-Animator y Beyod Re-Animator, siendo la primera dirigida por Stuart Gordon y las siguientes por Brian Yuzna. A pesar del buen trabajo de los directores, maestros del cine de terror, su apuesta por un gore explosivo y colosal, transformó las películas más en una visión personal de la obra de Lovecraft que en una adaptación fiel del autor de Providence. Esta visión más festiva de Herbert West, cercana al cine de autores como San Raimi, se tradujo en su traslación al cómic, algo que demuestra incluso la miniserie que se elaboró donde Ash, protagonista de la saga Army of Darkness, compartía protagonismo con el médico reanimador.

Sin embargo, no todo está perdido para los que buscan una visión de Herbert West más cercana a la original de Lovecraft en el mundo del cómic, como bien demuestra la adaptación de su relato elaborada por el francés Florent Calvez en su obra Reanimator. El autor, que ya había trabajado temas lovecraftianos en cómics como U-29, en aquella ocasión con guiones de Rotomago, se acerca a la obra original de Lovecraft para traernos a un Herbert West alejado del humor y centrado en sus dudas y obsesiones, las mismas que le hacen enfrentarse a la propia muerte. Si se puede decir alguna palabra sobre la adaptación de Florent Calvez, esa no puede ser otra que sobria. El autor sabe plasmar un ritmo sereno y continuo al cómic, algo que se aplica tanto al guión como al dibujo, que se presta de forma totalmente eficiente a la atmósfera y finalidad del guión. Respecto a la historia que recorre las páginas de Reanimator, nos encontramos con una narración que si bien no se vale de los grandes temores del terror cósmico, si utiliza la mayoría de los recursos y temas de Lovecraft, incluso los involuntarios. Así, además de ese uso de un horror nebuloso más allá de la comprensión y un ataque directo al positivismo más radical, nos encontramos con elementos como la repulsión hacia el género humano, especialmente hacia la variedad racial, dándose sin problemas alguna que otra pincelada del racismo del autor original. Por su parte, el dibujo no podía ser más conveniente, ya sea en una casa victoriana de Nueva Inglaterra o en un campo de batalla de la Primera Guerra Mundial, nos encontramos con un trazo seguro en un universo en sepia, que condensa la acción y el movimiento, consiguiendo imágenes rotundas en lugar de meras estampas estáticas. Cabe remarcar también el leve uso de algunos recursos netamente artísticos, como el empleo del color púrpura, única concesión al color, para remarcar la sangre.

Reanimator de Florent Calvez era una obra necesaria, pues a pesar de toda la diversificación y expansión de la obra de Lovecraft, siempre es reconfortante volver a los orígenes, con el fin tanto de demostrar que no han perdido vigencia como que aún quedan caminos por explorar en un terreno tan aparentemente manido como el del científico loco entregado de por vida a su experimento.


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