jueves, 11 de julio de 2013

El sótano del primo Barto: La primera vez que se alimenta el vampiro


Mi formación como lector de cómics es algo dispar, ya que durante los años noventa vivir en un pueblo pequeño no era lo mismo que ahora, más que nada por la falta de Internet. Mi base cultural se centraba por completo en obras españolas y francobelgas, en mi casa tenía las obras completas de Asterix y en la biblioteca de mi pueblo tenía a todos los grandes del continente, desde El Jabato hasta Spirou, incluso había algunas rarezas, como la colección completa de Flash Gordon, una lectura que más de quince años después me sigue marcando. Tampoco es que el mercado me fuera de mucha ayuda, una vez en un quiosco me compré un Spiderman, pero estaban publicando algo llamado La saga del clón y allí Peter Parker brillaba por su ausencia, así que no insisti.

A principios del siglo XXI me mudé a Sevilla para estudiar y entonces en lugar de gastarme el dinero en alcohol me lo fundí en cómics, que sí El regreso del Señor de la Noche, o Maus o Ghost World, vamos, cosas. Pero si una obra marcó para mí una diferencia transcendental, si hubo un cómic que me dijo que la historieta no era un medio sólo para transmitir narración, sino para hacer vibrar el alma humana, con la capacidad de mirar de tú a tú a otros medios como la música o la literatura, sin duda fue Blood: Un relato sangriento, un cómic que siempre estará en mi corazón y que ha día de hoy sigue teniendo el honor de albergar mi viñeta favorita. Blood: Un relato sangriento cuenta con un guión de J. M. DeMatteis y un arte de Kent Williams, dos autores que a finales de los ochenta consiguieron exprimir al máximo su talento y concebir un cómic transcendental para concebir tanto lo que es la narrativa gráfica como lo que puede ser.

J. M. DeMatteis crea una historia que fluye entre el viaje clásico del héroe, con un desarrollo lineal, y un ensayo filosófico que continuamente se aparta del camino para mostrar retazos o pinceladas sobre la propia condición humana, y si esto no fuera suficiente, todo se hace con una elegancia etérea, como si la propia historia fuera la hija bastarda de una ninfa y un necrófago. Pero Kent Williams, en ningún momento se queda por detrás, pues pone en juego todos sus recursos y habilidades como dibujante y pintor, sabiendo cuando pintar vírgenes renacentistas para virar después hacia la pintura más oscura de Goya o incluso hasta bosquejos más puros del futurismo. Kent Williams hace que la plasticidad de Blood: un relato sangriento sea parte y todo de la propia narración, con lo que podríamos hablar de un acabado psicológico que muta con la subjetividad de los propios personajes o las peripecias del mismo relato.

Un académico, un crítico o un divulgador, da igual como lo denominemos, debe ser ante todo un lector crítico, alguien que se coloca frente a la obra y entabla un diálogo con la misma, dejando siempre que ésta lleve la voz cantante, dejándose seducir, embaucar o amenazar por un objeto que no es más que un vehículo de la voluntad de su autor. Todo lo demás es superfluo, podemos hablar del mercado, la industria o la historia, pero esos conceptos sólo serán pertinentes en cuanto tengan relevancia dentro de la obra. En ese sentido me gusta Blood: un relato sangriento porque se explica enteramente por si misma, no hace falta conocer la obra de Kent Williams dentro del mercado del arte o los guiones para cómics de superhéroes de J. M. DeMatteis. Simplemente se hace necesario ser un ser humano, haber amado alguna vez, haberse asustado con un rayo, haber temido la soledad o haber soñado con un futuro mejor.

Sí sólo te vas a leer un puñado de cómics en tu vida, Blood: un relato sangriento debe obligatoriamente ser uno de ellos. En caso contrario no tienes ni la más mínima idea de lo que te estás perdiendo.


@bartofg

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