A nadie pillará por sorpresa
que yo ahora le diga que Lobezno originalmente no tiene nada que ver con los
lobos, pues su nombre original, Wolverine, hace alusión a otro animal, al
glotón, una especie de tejón supervitaminado con garras retráctiles, solitario
y con bastante mala leche. Pero claro, no puedes poner en una portada un tío
decapitando a alguien y que en letras bien grandes leamos glotón. Aunque en
cierta manera lobezno siempre ha fluctuado entre el glotón y el lobo, entre una
naturaleza violenta y explosiva y el animal gregario que aparentemente es una
pieza más de los mutantes de Marvel, un grupo heróico totalmente anacrónico,
pues es extraño que una sociedad que ame a sus superhéroes, desde los vengadores
hasta los vigilantes, repudie a los hombres X.
Esta situación siempre ha
puesto a Lobezno en una situación delicada, pues debe compaginar su labor de
psicópata convertido en héroe por accidente con las responsabilidades de
liderar y educar a los de su clase. Con lo que al final, a mi humilde parecer,
Lobezno queda en tierra de nadie, sin llegar a la honorabilidad de héroes como
Cíclope o el Capitán América, pero sin tocar el fondo malsano y sin excusas de
Punisher, quedando todo a disposición de las labores del guionista. Pues aunque
muchos no lo quieran ver, no es bastante con que Lobezno diga “Soy el mejor en
lo que hago y lo que hago no es agradable”. No, Lobezno merece mucho más,
merece dejar de lado no sólo el traje púrpura y amarillo, sino también el mono
de cuero e incluso el sombrero de cowboy, pues al final no deja de ser un
hombre roto incapaz de lidiar con su propia existencia.
Así que encontramos ejemplos
como Lobezno Inmortal, donde sin que sepamos muy bien el motivo, nuestro héroe
intenta compaginar todas las facetas de su vida, para no llegar más allá de ser
un hombre incapaz de superar una pérdida, sin llegar en ningún momento a
transmitir esa sensación de ser una persona que destruye todo lo que ama o que
es incapaz de lidiar con su propia inmortalidad. Pero por suerte nos
encontramos con cómics como MAX: Lobezno, cuyo tomo Ira permanente recoge los primeros seis números de esta colección
de Marvel, escrita por el novelista Jason Starr y dibujada por los artistas
Roland Boschi y Félix Ruíz. Como sucede con otros cómics del subsello MAX, nos
encontramos con las visiones más adultas, en el sentido de maduro, de los
héroes Marvel, donde hay que señalar grandes colecciones como Alias de Bendis o Punisher de Ennis, prueba de que Marvel puede dar mucho a sus
lectores más allá de un universo superheróico que necesita una buena suspensión
de la credibilidad.
El Lobezno de Starr, como
podemos ver en Ira permanente, si es
un hombre violento y roto, una fuerza de la naturaleza tan inmortal como ciega
que se ve incapaz de lidiar con la humanidad. Es cierto que Starr se vale de
lugares comunes tanto en la historia del personaje, como la perdida de la
memoria, como de la narrativa en general, la redención a través del amor; pero
pasado a través de los prismas que le han dado fama en la literatura, desde el
noir hasta el thriller, dejando de lado los supervillanos y entrando en el
mundo del crimen organizado. Con esto, Ira
permanente se acerca más a la fábula que al superhéroe, pues el laberinto
de humo y espejos que atraviesa Lobezno no es más que la búsqueda constante del
lugar de cada uno, de intentar encajar piezas de un puzzle sin la imagen de
referencia. Aunque claro, como no podía ser de otra forma, regado con la máxima
violencia posible y acompañado de mujeres fatales y gorilas de gatillo fácil. El
Lobezno de Starr es un Philip Marlowe más, alguien más ducho en el arte de recibir
golpes que de darlos, aunque siempre con la capacidad de caer de pie, y en este
caso con un esqueleto de adamantium y garras retráctiles.
@bartofg
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