jueves, 24 de octubre de 2013

El sótano del primo Barto: El fin del mundo que no termina de llegar


El apocalipsis es una obsesión contínua de nuestro tiempo, hasta el punto de que parece no ya que temamos la llegada del fin de los días, sino que lo esperamos con una ansiedad más propia de un fan adolescente. Cada vez que se acerca una fecha más o menos señalada en el calendario como una posibilidad de que todo se vaya al traste, ya sea el fin del segundo milenio, que mezclaba la simbología cristiana con un caos tecnológico; o el más reciente apocalipsis maya, con diciembre del 2012 bien marcado en el calendario; la sociedad parece contener la respiración, cruzando los dedos y susurrando para sí, ésta vez si es la buena. Pero como es lógico, pasa un día más y el mundo sigue igual de asquerosamente moribundo, pachucho para algunos y con los dos pies en la tumba para otros. Porque para tristeza de los milenaristas o survalistas, el mundo no deja de degradarse a un ritmo constante, superando los grandes terrores que marca la moda, desde la posible glaciación mundial de los años setenta del siglo pasado hasta el agujero en la capa de ozono de los noventa o los actuales alimentos transgénicos. Simplemente estamos esperando el próximo bombazo, the new big thing que dicen los americanos. Pero ninguna predicción se cumple, así que todos nos ponemos un poquito triste sin prestar atención a dramas como la deforestación global, las guerras tercemundistas o el auge de las enfermedades causadas por la contamiación, ya que son cosas como que menos espectaculares, a las que no se puede sobrevivir con un rifle de asalto o un sótano lleno de latas.

Más o menos es este sentimiento el que encontramos en el cómic El fin del mundo de Mortimer, con un protagonista obsesionado con dos mundos de fantasía, su pasado recreado y un apocalipsis que no termina de llegar, dos planos tan aparentemente aburridos y anodinos que no tiene más remedio que inventarse un presente lleno de los seres más extraños con tal de no cumplir la única tarea que se ha encomendado, escribir sus memorias. Lucas, el actor principal de El fin del mundo, es un hombre obsesionado con el fin del presente de la forma más dramática posible, imaginando un final de los días donde se mezclan todas las referencias posibles, desde el Apocalipsis de San Juan hasta las lluvias de meteoritos o las invasiones alienígenas. Como es lógico, ante este panorama Lucas no puede más que dejar registradas sus memorias, aunque tras el fin de los tiempos no quede nadie para leerlas, aunque su preocupación llega a tal punto que opta por redactarlas en una vieja máquina de escribir, no vaya a ser que un pulso electromagnético del apocalipsis le borre la memoria del ordenador.

Este podría ser el argumento más simple del cómic de Mortimer, pero como sucede en las buenas obras, es lo de menos, lo importante es como Lucas a pesar de ser un obseso con el fin del mundo mantiene todos los defectos de la sociedad actual, como las necesidades de notoriedad o la vagancia extrema. En este sentido tenemos como personaje contrapuesto a Lupe, la novia de Lucas, una mujer con los pies en el suelo que no parece estar demasiado preocupada con el fin del mundo, limitándose a darle la razón a su novio lo justo para que no moleste sin sentirse insultado. Pero para que no se quede en un juego de dos, por El fin del mundo circulan más personajes, de lo más variado y empeñados en ayudar a Lucas en la redacción de su autobiografía, entre los que encontramos a Dios, la Muerte, un alien o incluso el propio Satanás, que se muestra como realmente es. Como lectores podemos dudar sobre si lo que acontece a Lucas es una alucinación de su mente que se inventa a todos esos personajes, para tener una excusa para no redactar sus memorias; o si realmente todo sucede de forma literal como vemos en el cómic. En el fondo poco importa, porque Mortimer construye una historia del día a día ambientada en los últimos días, en la que ante el propio fin de la existencia una persona se preocupa más por el mismo y un pasado anodino que por ayudarse a si mismo o prestar una mano a los demás. Un mensaje triste y desolador, pero que al menos está presentado con un humor tan blanco y fino como apocalíptico.


@bartofg

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